Se respira y se ve. Hay que ver lo bonito que está el campo.
Son ya veintiseis años por esta tierra y se me sigue conmoviendo el espíritu ante este paisaje.
Hoy tengo pocas horas de trabajo, huecos libres, y por eso me permito meterme aquí y hacer un alto en el camino para compartir sensaciones.
Calor el justo, intensidad del sol el necesario; los colores de la tierra, luminosos, radiantes y preciosos. No estamos en una tierra perennemente verde, pero sí en una donde esta mañana, mientras venía a mi trabajo, se podían ver todos los matices posibles del verde. Margaritas, malvas y no sé cuantas flores más de las que no conozco el nombre, tranquilizan los sentidos, alegran la vista, calman las emociones...la vista se me escapa solo un instante, fugazmente, a ese horizonte donde se recorta la silueta familiar de la Sierra de las Moreras; me recuerda que ya casi he llegado a mi destino, un edificio monótono... sin embargo, ha merecido la pena vivir esta mañana y recordar que a menudo lo importante se nos escapa sin darnos cuenta.
muy filosofico y agradable este relato...
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